Cumplió 96 años el Puente Colgante “Ingeniero Marcial Candioti” de Santa Fe. Es Monumento Histórico Nacional y símbolo de la ciudad fundada por Juan de Garay. Una antigua estructura de hierro que tras desmoronarse fue levantada nuevamente en hierro y cemento, y está sostenida por tensores desde dos grandes antenas. Una obra de ingeniería civil que conjuga lo útil con lo hermoso para unir dos orillas.
Santa Fe es una ciudad cargada de historia y belleza arquitectónica, que alberga un tesoro invaluable: el Puente Colgante. Esta estructura emblemática fue testigo de la evolución y transformación de la ciudad a lo largo de los años. Con su impresionante diseño y su historia fascinante, el puente se convirtió en un símbolo de conexión y un hito invaluable para los habitantes y visitantes de Santa Fe.
La construcción del viaducto se inició en 1924, impulsada por el ingeniero Antonio Paitoví. “Fue producto de una puja, que se dio tras el descubrimiento del acero y la revolución industrial, entre Francia e Inglaterra para la construcción de grandes luces”, reseñó el arquitecto Jorge Rico (UNL). Los trabajos de construcción de los pilares de soporte estuvieron a cargo del ingeniero Alberto Monís, mientras que la estructura metálica fue adjudicada a una sociedad francesa de empresas, compuesta por la Societé des Chantiers et Ateliers y la M. G. Leinekugel le Cocq, ambas con base de operaciones en Gironda, Francia.
La construcción del puente se realizó en dos tramos. Las bases estuvieron a cargo de Obras Sanitarias de la Nación, mientras que, en 1925, se terminaron los anclajes y se trajo por agua la estructura metálica desde Cherburgo, para su posterior emplazamiento sobre los pilares ya armados.
Las pruebas de resistencia de cargas del puente se habían iniciado el 28 de abril de 1928, bajo la atenta mirada del ingeniero León Germain, representante de la constructora francesa, junto a los especialistas y autoridades locales. “La cabeza del puente fue cubierta en toda su extensión y anchura por carros cargados de arena y camiones de riego con sus respectivos tanques llenos de agua”, recuerda la crónica de la época. Tras casi dos meses las autoridades consiguieron las habilitaciones y finalmente el 8 de junio de 1928 lo inauguraron, sin actos públicos ni fanfarria; detalle que se repetiría en su reinauguración, en 2002.
El nombre del puente obedece a quien por entonces era el director de Obras Sanitarias de la Nación y aprobó el proyecto, el ingeniero santafesino Marcial Candioti.
Tarde gris
Luego de 55 años de vida, el puente se cayó por la fuerza del río durante una creciente de 1983. Permaneció inutilizado casi dos décadas. Hasta que fue reconstruido y se reinauguró el 7 de septiembre de 2002. Eran las 16.45 horas del 28 de septiembre de 1983, un día gris, lluvioso y triste para Santa Fe. Tras el estruendo que resonó en gran parte de la zona de barrio Siete Jefes y Candioti, quedó en pie una de sus antenas, la ubicada sobre la margen oeste, es decir, sobre la orilla de la Costanera de avenida Alte. Brown. La otra antena quedó recostada sobre el fondo del río hasta 1984 y apenas se podía observar la punta sobre la superficie, entre los grandes tensores de acero retorcidos. Luego fue retirada y permaneció varios años en el dique II del Puerto, hasta que fue vendida como chatarra. Mientras que algunos de los caños que pasaban por debajo de la estructura todavía permanecen a la vista en un campito entre el Parque de la Constitución y el Náutico Sur, a la orilla del río.
Durante aquellos años de abandono se pensó en construir sobre la antena en pie un faro con mirador de la ciudad. El autor de aquel proyecto fue el arquitecto Carlos Chiarella, y El Litoral lo contó el 27 de septiembre de 1994 bajo el título “Proyecto renovador de un símbolo que no quiere morir”. Más tarde, la noche del 31 de julio de 1999, el grupo de teatro en altura Puja! utilizó la estructura para un espectáculo masivo y gratuito que denominó “El puente que viene” y convocó a más de 20 mil vecinos.
La ingeniería de un puente
El puente cuelga sostenido por tensores de acero desde dos antenas de 30 metros. Son 22,7 kilómetros de cables galvanizados construidos en Alemania. Cada cable está debidamente calculado para que trabaje su estructura y sostenga la calzada. Por el desgaste provocado por el paso del tiempo los cables fueron reemplazados en 1967, tras la inundación del año anterior. Las cámaras de anclaje de los tensores ubicadas en ambas costas tienen desde los pórticos de ingreso hacia tierra adentro 50 metros de largo y 13 de profundidad.
La fuerza del agua le jugó una mala pasada en el ’83, cuando arrasó con la antena este y tiró el puente abajo. La otra antena se mantuvo en pie gracias a los escombros de refuerzos que le arrojaron, los que provenían de la demolición del antiguo edificio de la escuela N°1 ‘Domingo F. Sarmiento’.
Aquella tarde del ’83 circulaba en bicicleta sobre el puente un pescador de Alto Verde. Cuando sucumbió “me estaba por tirar al agua”, contó don Evaristo Franco a este cronista en una entrevista publicada por El Litoral en 2017. “No se cómo me salvé”, dijo el hombre que escapó como pudo entre los tensores que caían a su espalda y al llegar a la costa se persignó. Junto a los hierros retorcidos quedó sumergida su bicicleta en el fondo del río. Pero la pérdida más dolorosa fue para la ciudad, que se quedó sin su símbolo. Hasta que en el 2002 el gigante volvió a estar en pie.
El nuevo puente conserva algunas piezas con valor histórico de la antigua estructura. Conjugar esas antiguas piezas junto a las nuevas fue un gran desafío para los ingenieros que lo levantaron. Lo más llamativo es que el viejo puente tenía calzada con estructura de hierro y maderas abulonadas, entre las que se podía ver por debajo el río. En cambio la nueva estructura reemplazada en este siglo es de hormigón. Son veinte tramos de loza (de 15 metros de largo cada una) cuyo peso total suma 1.600 toneladas.
Además, el tramo oeste conserva la antigua barandilla que pudo ser rescatada y reutilizada, al igual que la antena, las que le otorgan su sello francés. En cambio, la nueva antena (este) que reemplaza a la original fue construida en la ciudad de Esperanza en seis módulos soldados (sin remaches) y pesa 80 toneladas, a diferencia de la oeste (original) que pesa 110 toneladas.
El salto de Meloni
Cada antena divide al puente en tres tramos asimétricos. El tramo oeste mide 75 metros, desde la orilla hasta la antena. El tramo central -entre las antenas- mide 150 metros. Y el este, 70,4 metros. ¿Por qué la diferencia entre los tramos este y oeste? Porque la nueva antena este fue levantada unos metros más cerca de la orilla que la predecesora que se cayó. El corrimiento fue necesario para poder fundar el pilote subterráneo, a 50 metros de profundidad bajo el lecho del río.
De la punta de la antigua antena oeste que se mantuvo en pie saltó el 24 de marzo de 1940 un tal Juan Carlos Meloni. Fue un clavado al río. La escena se inmortalizó en un registro en video. “A una voz de mando, se puso en posición y rápidamente se largó… El fuerte viento sur no fue un obstáculo para él, que vertiginosamente llegó hasta la mitad del salto y después, en forma más armónica, llegó hasta el agua. Rápidamente salió y entonces el público, que había seguido en silencio el salto, aplaudió intensamente, vivando al nadador”, publicó el vespertino hace más de 80 años.
Otro detalle que diferencia al puente nuevo del original es la altura del tablero. Para facilitar la navegación, el actual es 1,5 metros más alto que el anterior. Y los caños de agua que pasan por debajo del tablero no cumplen ninguna función, mientras que los del antiguo puente traían el agua a la planta potabilizadora de barrio Candioti Sur desde el río Colastiné (ahora ese agua se transporta por los caños bajo el puente Oroño), porque el Colgante original era también un puente – acueducto que reemplazó a dos anteriores y más precarios.
“El puente era entonces un elemento clave para el funcionamiento del sistema, ya que de su mantenimiento en pie dependía la provisión de agua a la ciudad”, explicaron los arquitectos Adriana Collado y Luis Müller en el libro “Puente Colgante. Historia, materia y símbolo”, publicado por Aguas Santafesinas en 2002. También era vital para la conexión vial, ya que no existía su vecino, el puente Nicasio Oroño, inaugurado en 1971. Entonces por allí circulaba -cuando podía- el transporte pesado del corredor interoceánico. Para ordenar dicho tránsito, en 1962 se le colocó semáforos. “Las clásicas luces verdes y rojas que señalan vía libre o la vedan, han sido distribuidas en ambos extremos del puente para indicar que sólo un camión cargado y con acoplado, puede cruzarlo a la vez”, explicó en una publicación del 10 de enero de ese año.
Rojo Candioti
En cuanto a su estética, el antiguo puente era color gris metalizado y el nuevo es rojizo terracota. “La idea era que no se noten los manchones de óxido”, contó Claudio Garnero, el pintor que le dio el nuevo tono al Colgante, “porque el antiguo color gris dejaba a la vista ese óxido”, dijo.
Ese color terracota se llama “Rojo Candioti” (el nombre del puente es “Ing. Marcial Candioti”) y fue elaborado especialmente por la marca Sherwin-Williams a pedido de los especialistas encargados de la restauración. En el año 2001 se convocó a la ciudadanía a elegir si se mantenía el color o se cambiaba. La tercera opción era los colores de la bandera de Santa Fe. “Tuve que aprender sobre la marcha, ahí colgado sobre una silleta, esa fue mi primera gran experiencia en altura -contó el pintor-. Había fuertes vientos. Me daba vértigo y tenía que meterme adentro de las antenas hasta recuperarme, para seguir pintando”, dijo Garnero.
Un secreto. “Cuando estaba arenando la punta de la antena más vieja, la que no colapsó, descubrí un nombre en alemán y la fecha ‘1925’, tallados con un cortafierro sobre el hierro. Debe haber sido la huella de uno de los obreros que trabajó en la construcción del antiguo puente”, pensó quien cuando culminó su trabajo dejó en secreto su sello: “Garnero”, pintado debajo del tablero.
En cuanto a la iluminación, antes el puente tenía farolas y desde el año 2017 cuenta con 320 artefactos lumínicos inteligentes que despliegan distintos colores que cambian durante la noche.
Por Nicolás Loyarte para El Litoral