A lo largo del año 2022, el Comité de Obesidad del Cemafe recibió 4365 consultas de pacientes derivados desde centros de salud del centro y norte de la provincia; allí se atienden actualmente a unas 300 personas con obesidad mórbida. La información fue difundida días atrás en base a estadísticas de ese efector ubicado en Mendoza al 2400, pleno centro de la capital santafesina. Pero, ¿cómo es el abordaje local de una epidemia que viene en aumento a nivel mundial? ¿Cuáles son los factores que inciden para que esta enfermedad crónica y multicausal se extienda en la población? ¿Por qué son más las mujeres que buscan una atención profesional?
El Litoral dialogó con Carolina Cuffia, médica especialista en Nutrición e integrante del comité para responder a estas y a otras preguntas.
– ¿Cuándo hablamos de obesidad?
– El índice mundialmente difundido es el de masa corporal (IMC) que es la ecuación entre el peso sobre la talla al cuadrado: a partir de un índice 30 hablamos de obesidad y hay diferentes grados: de 30 a 35 es de grado uno; de 35 a 39.9 de grado dos y a partir de 40 se habla de obesidad mórbida, hiperobesidad u obesidad severa.
– ¿Cómo se inició el trabajo de este comité?
– Nuestros inicios fueron en el año 2007 con dos grupos de tratamiento en la ciudad de Santa Fe: uno en el Hospital Cullen y el otro en el Iturraspe y se empezó a trabajar con pacientes con obesidad mórbida, es decir con un IMC de más de 40. En 2018 ambos grupos nos trasladamos al Cemafe y generamos un único equipo de trabajo.
El abordaje de pacientes es interdisciplinario. Los profesionales con los que cuenta el equipo son médico, médico clínico, endocrinólogo, médico clínico especialista en nutrición, nutricionista, psicólogo y psiquiatra. A todos ellos se suman profesores de educación física que trabajan en el gimnasio con actividades adaptadas a cada persona.
El abordaje interdisciplinario es una estrategia mundial: se demostró que tiene mejores resultados sobre una enfermedad crónica que tiene tratamiento, cuya etiología (causa) es multifactorial y que, como en otras enfermedades no transmisibles, se terminó transformando en una epidemia global.
En el año 2005, cuando se hizo la primera encuesta nacional de factores de riesgo, un 49 % de la población tenía exceso de peso; en 2018 era el 72,6 % de la población.
– Si se hiciera un nuevo estudio ahora, después de la pandemia, cuando muchas personas manifestaron que en razón del aislamiento habían aumentado de peso, ese porcentaje sería mayor.
– Seguramente y va de la mano de la estadística mundial. A nivel mundial se habla de que 6 de cada 10 personas tienen exceso de peso, ya sea sobrepeso u obesidad. Y seguramente la pandemia ha actuado como desencadenante en personas que tal vez tenían un IMC en el límite y pasaron a superarlo.
Esta es una enfermedad multifactorial con una base genética, que es lo que no podemos cambiar, pero si podemos actuar sobre ese ambiente obesogénico que se fue generando con la industrialización y otros factores.
– ¿El aumento de población con sobrepeso ocurre en una franja etaria en particular?
– Más que por edad, observamos que está más presente en la población femenina: de 10 pacientes que vemos en el comité, 8 son mujeres en personas de 15 años en adelante. Esto está muy relacionado con los hijos; en ocasiones las mujeres hablan de un peso estabilizado y cuando indagamos encontramos que con el primer embarazo aumentó una cierta cantidad de kilos que luego no se llegaron a perder y se acumularon con los que dejó un segundo embarazo.
– ¿Concurren más mujeres que varones por esta razón o porque para ellas es más importante recuperar su estado físico anterior?
– En el ámbito público ocurre que es la mujer la que asiste con mayor frecuencia a hacer el control médico a sus hijos; allí se observa que la madre también tiene sobrepeso y termina haciendo el tratamiento. Muchas veces porque la mujer es la que se hace más controles en el centro de salud donde se detecta la patología y se deriva al Cemafe.
– Hablás de la obesidad como una enfermedad multicausal que involucra el factor genético. Pero también está este estímulo social o ambiental que todo el tiempo invita a ingerir alimentos que no son saludables. ¿El etiquetado frontal es un avance en ese sentido?
– Nosotros enseñamos a los pacientes a ir al supermercado y que revisen la etiqueta nutricional. Pero nos ha pasado que las personas no se llevaban los anteojos, entonces no alcanzan a leer el contenido de esa etiqueta. Y a veces no es fácil comparar: por ejemplo en los lácteos hay una gran diversidad de precios y el paciente no sabe qué elegir, si por el precio o el valor calórico.
Creo que el etiquetado frontal vino a facilitar eso: si el producto tiene el octógono podemos observar qué dice. Es un primer contacto para que la persona acceda a la información nutricional. Creo que va a ser un cambio positivo.
– El tema de los precios también es clave. Cuando se analiza el dato de inflación, se concluye en que los alimentos empujaron ese porcentaje hacia arriba y que aquellos productos que se deberían incorporar en una alimentación sana están inalcanzables. ¿Cómo incide este factor?
– Con el equipo tratamos de incentivar al paciente a que recorra y busque precios, que consuma frutas y verduras de estación y que utilicen aquellos productos que tienen más rendimiento. Buscamos que la persona que viene al equipo pueda trasladar el hábito que está tratando de adquirir al resto de la familia. También trabajamos con una amplia variedad de recursos y explicamos, además, que los hidratos de carbono no son el “ogro” sino que hay que saber elegir, consumir y combinar.
– La obesidad es una enfermedad crónica, por lo que no podemos hablar de cura.
– Se controla, se trata pero no se cura. Por eso lo más importante es el cambio de hábitos. Acá el paciente no viene a hacer una dieta, lo que tratamos de trabajar es ese cambio de hábitos para toda la vida hacia una alimentación saludable, con bienestar físico, síquico y social, y actividad física.
El abordaje forma parte de un proceso en el cual la gente puede bajar o amesetarse pero no se centra todo en el peso del paciente: se observa la evolución, a veces hay otras cuestiones clínicas o de laboratorio que se van evaluando y que mejoran por más que no se modifique el control en la balanza.
– ¿Que sentís cuando notás que un paciente cambia esos hábitos y modifica esa realidad?
– Es una satisfacción enorme: el reto no existe cuando el paciente viene a la consulta porque lo que menos queremos es generar culpa. Al contrario: se alienta a que continúe, se establecen objetivos posibles de cumplir y se lo felicita por los logros. Es importante cuando se nota que el paciente está internalizando ese cambio de hábitos pero hay que saber que también puede ser vulnerable por cualquier situación. Por eso es importante seguir en contacto y sostener un acompañamiento.
– Para que quede claro, ¿por qué es importante no tener sobrepeso?
– Porque además de que el sobrepeso indica exceso de tejido adiposo, también está comprobado que la obesidad es una enfermedad inflamatoria lo cual desencadena respuestas hormonales a nivel orgánico. Eso la convierte en una enfermedad que predispone a otros padecimientos crónicos como la diabetes, colesterol alto, triglicéridos altísimos, enfermedad cardiovascular en personas jóvenes, apnea de sueño (que aumenta el riesgo de muerte súbita), hígado graso que se demostró que también aumenta el riesgo de enfermedad cardiovascular. Ni hablar de la parte osteoarticular, como artrosis, enfermedades degenerativas y algunos tipos de cánceres que están relacionados con la obesidad.
El obeso sano no existe. La obesidad es una enfermedad inflamatoria y predispone a otras enfermedades crónicas.
Por Nancy Balza